viernes, 14 de octubre de 2011

Amor de niño

Pringoso aroma
Amargo sabor
Todos los inviernos
Da pie a mi obsesión

Dulce letargo
Del amor perdido
Por aquel sueño
De mi infancia querido

Su suave tacto
Divino movimiento
Emerge hacia fuera
Se lo lleva el viento

Amor lo que sentía
Hacia su eterna figura
Lo malo es que ya es de día
Y solo siento amargura



No es una oda, no es un canto
A la que yo he pretendido
Simplemente tengo mocos
¿Es que no lo has entendido?

lunes, 10 de octubre de 2011

Instinto homicida

Hasta los cojones. La gente da puto asco. Y no es porque sean malas personas, no. Es por esa jodida inmadurez postadolescente. O llámalo adolescencia tardía, tanto da. Aunque lo cierto es que esta segunda nomenclatura me parece un tanto absurda. Ridícula, por lo menos. Sobre todo si hablamos de personas de veinte años, y subiendo. Personas, no; niñatos, que no es lo mismo. Tanta pijería de los cojones. Tantas ganas de joder a los demás. Tanta puta manía de arrastrar su mierda a jardín ajeno. Si no quieren estudiar que la pringuen ellos. No todos tenemos que pagar por su prematura vagancia. Si quieren tirar 6 000 eurazos, que los tiren. Si quieren que sus padres se dejen la piel por ellos en balde, que lo hagan. Pero a mí no me van a arrastrar con ellos. Portazos, gritos y niñerías absurdas van a llegar a su fin. Porque el camino del hombre recto esta por todos lados rodeado por las injusticias de los egoístas y la tiranía de los hombres malos. Bendito sea aquel pastor que en nombre de la caridad y de la buena voluntad saque a los débiles del valle de la oscuridad. Porque él es el verdadero guardián de su hermano y el descubridor de los niños perdidos. ¡Y os aseguro que vendré a castigar con gran venganza y furiosa cólera a aquellos que pretendan envenenar y destruir a mis hermanos! ¡Y tú sabrás que mi nombre es Yahvé, cuando caiga mi venganza sobre ti!

Seguro que no tienen la mínima cultura necesaria para poder saber cuál es el final que les toca. Y eso que la mayoría “estudian” Comunicación Audiovisual…

viernes, 13 de mayo de 2011

Un extraño en Madrid

7:00. Suena el despertador. Me levanto. Le meto un zapatazo al despertador. Ring, ring. Ring, ring. El muy jodido no se calla. ¿Qué coño hay que hacer para que se calle? Me cabreo. Le vuelvo a meter un cañonazo. Ahora sí: se ha rendido ante mi imponente presencia.

7:12. Joder, ¡qué puto frío! ¡¿Otra vez las puñeteras facturas?! Tiro la alcachofa con desgana… No, desgana no, desprecio. Puto desprecio. Pero no por la estúpida ducha; por mi jodida vida. Cojo la ropa aún con el cuerpo mojado y me la pongo. Me meto dos galletas mohosas en la boca y salgo corriendo de casa.

7:27. ¡Hay que joderse con el puto tráfico! Qué asco de ciudad. Mierda de gente, mierda de personas, mierda de gobierno, mierda de política, mierda de carreteras, mierda de patatas fritas del McDonalds… ¡Todo es una puta mierda! Y no son ni las ocho de la mañana…

7:36. Corro, corro como un puto negro. Dos horas para aparcar, y encima le he metido un bocata de la ostia a mi cascao “Renault-ito”. Eso es lo de menos ahora. Tengo que reventarme los pulmones, o no habrá paga. Y eso es algo que no me hace ni puta gracia.

7:37. Caigo malherido, magullado, confuso por la situación. Los gritos a mi alrededor me recuerdan que aún estoy vivo. Y me alegro. Por fin lo entiendo, por fin lo comprendo todo, por fin soy persona. Casualidades de la vida, hoy he vuelto a perder el tren y he terminado de perder también mi trabajo, pero no me importa; estoy feliz. Las llamas devorando el cartel de “Atocha” son el último recuerdo que me queda de mi amargada existencia. Se acabó la mala vida; hoy he vuelto a nacer.

viernes, 6 de mayo de 2011

Mi pequeña Lucía

Es tan frágil que da la impresión de que el más mínimo roce la rompería en pedazos en cuestión de segundos. Con esa cara de niña y esa piel blanca como la porcelana, cualquiera diría que ya sobrepasa la mayoría de edad. Es bien distinta a como la recordaba, de eso no cabe duda. Para empezar, la altura. Debía llegarme por la cintura el día que la dejé marchar, y para mi sorpresa, ahora tengo que ponerme de puntillas para no quedar en evidencia. Eso sí, sus piernas siguen siendo tan finas como las recordaba, a pesar de que intenta disimularlo con esos vaqueros bajos que ahora están tan de moda. Y sus manos… ¡Ay, sus manos! ¡La muy condenada sigue comiéndose las uñas! Mira que se lo repetía cuando era pequeña, pero está claro que las viejas costumbres nunca se pierden. A pesar de todo, tiene unas manos preciosas.

Es realmente reconfortante ir con ella por la calle. Me recuerda a esa niña revoltosa y traviesa que tantos quebraderos de cabeza me había dado. Puedo recordar su sonrisa. Esos labios finos como la seda se abrían para mostrar una dentadura realmente horrible: las paletas montadas, los colmillos cada uno por su lado… Da gusto comprobar que la gran cantidad de dinero invertido en la ortodoncia ha dado sus frutos, pues ahora luce una sonrisa realmente hermosa; aunque lo que realmente me importa es que esa expresión de felicidad no haya desaparecido.

Sus ojos siguen transmitiendo esa sensación de seguridad de la que tanto me habían hablado los padres de las muchas amigas que tenía de pequeña, porque si algo había que destacar de mi pequeña Lucía era su facilidad para hacer amigos. Tan sociable y divertida… contrasta mucho con la imagen que tengo hoy de ella: la de una chica más bien callada y algo reservada. Sin embargo, tengo la certeza de que no ha cambiado; sólo se debe a que hace mucho tiempo que no me ve, o al menos eso espero.

Ahora mismo su melena negra ondea con el leve susurro del viento. Me recuerda a una de esas princesas guerreras de la tele, salvajes por un lado, pero siempre nobles y que buscan ayudar al que más lo necesita. Porque mi Lucía es la persona más generosa que te puedas encontrar. Por eso es triste pensar que ya nunca podrá demostrar su generosidad dándome todo el cariño que me daba, y que yo con gusto correspondía. Porque, por enésimo día, me he vuelto a despertar.

lunes, 4 de abril de 2011

Mi primera Patata Frita


          Recuerdo el día en que te conocí; no debía de tener ni tres años. Era lunes y estaba con mamá haciendo la compra en el supermercado del pueblo. Habíamos pasado ya por hileras e hileras de estantes: chocolate, galletas, gominolas… Todo para mí era nuevo. Nuevos conocidos, nuevos acompañantes en mi futura y larga infancia. Pero ninguno me llamó la atención, al menos del modo en como lo hiciste tú. Cuando vi tu enorme  y colorida bolsa lo supe; supe que serías la mejor amiga de mi recién estrenado paladar.
          Pero lo mejor vino cuando te conocí en persona. Despertarte de tu largo letargo es uno de los momentos de mi vida que recuerdo con más cariño. Ese rotundo “plop” anunciaba algo nuevo y diferente, y cuando introduje mi nariz de duende en esa bolsa reluciente comprobé que era más que cierto. Con ese dulce aroma me enamoré definitivamente de ti, y eso que aún quedaba lo mejor. Te cogí, te sentí en mi mano diminuta. Eras tan bonita, tan linda, que cuando mamá me dijo que te comiera me negué rotundamente. Ese suave y reluciente tono dorado. Esa perfecta curvatura delimitada por un corte fino y preciso. Sin duda eras irresistible a la vista; a mí por lo menos me entraste por los ojos. Por eso me daba tanta pena destruir semejante maravilla.
          Lo cierto es que, al final, la lógica se impuso, y con lágrimas en los ojos te posé sobre mi lengua puntiaguda. Pasaron varios segundos hasta que empecé a masticar, pero eso tú ya lo sabes. Esa sangre tuya que es el aceite se combinaba de forma extraña pero maravillosa con ese toque de sal tan excitante. Cuando comencé a triturarte con mis pocos dientes descubrí cuan armonioso era tu crujir. Realmente quedé cautivado.
          Ha pasado mucho tiempo desde aquello; como puedes ver lo recuerdo con gran detalle. Pero desde entonces todo ha cambiado, no te voy a mentir. Ya no hay ninguna como tú. Ahora las hay lisas y onduladas, con y sin sal, grandes y pequeñas… Pueden ser Lays, Ruffles o la marca del Carrefour, me da lo mismo. Nada será comparable al día en que probé mi primera patata frita.

miércoles, 23 de febrero de 2011

3:33

          2:47. La mente en blanco. Ya no sabe qué hacer, qué pensar, qué decir. Enfrentarse a esta situación no es nada común, y por supuesto tampoco es nada fácil. Su mirada perdida no es más que el fiel reflejo de su alma desvariada, de su espíritu cansado, de su vida atormentada; de los años que han pasado y que sin más, se acaban, se desvanecen, se pierden en el infinito laberinto que es su memoria. Una memoria castigada por el paso de los años. Unos años en el que el amargo sabor de ese anís putrefacto se había apoderado de todo cuanto le rodeaba. Todo le sabía a anís. No olía otra cosa que anís. Incluso cuando le preguntaban cuál era su canción preferida, respondía desganada y con los ojos entornados: “Caballitos de anís”. Sí, así había sido su vida durante los últimos cinco años, bebiendo un vaso de aquel líquido asqueroso todas las mañanas antes de desayunar; aunque lo cierto es que sería más correcto dejarlo en “todas las mañanas”. De habitación en habitación, de quirófano en quirófano, de corazón en corazón. Deseando que aquella horrible experiencia terminase ya; que todo volviese a ser como antes. Por desgracia, esa batalla estaba perdida desde hacía tiempo. Ella lo sabía, pero se negaba a creerlo. No podía soportar la triste idea de dejar a sus pequeños solos, huérfanos, abandonados en un mundo en plena decadencia basado en la simple idea de la hipocresía. Quería protegerlos, guiarlos por una senda recta de la que nunca se desviasen; cuidarlos, mimarlos, verlos crecer, aguantarlos, castigarlos… qué sé yo, todo aquello que una madre vive y por lo que se desvive.
          3:02. Recuerda. Rememora. Evoca. Llámalo como quieras, pero lo cierto es que las imágenes se suceden en su mente como si fueran simples fotografías. Fotos en blanco y negro. La imagen está ahí, pero… ¿y el color? ¿Qué es de una vida sin color? ¿Qué es de un mundo concebido únicamente en una serie de grises sin fin? ¿Qué es ella? ¿Quién es? Preguntas simples con respuestas imposibles. O al menos para ella.  Al menos por ahora. Y es que… ¿de qué sirve pensar en un futuro cuando el presente es lo único que conoces? ¿De qué sirve castigarse recordando para arañar unos pocos recuerdos pertenecientes a una realidad de la que parece que no procedes, aunque sabes perfectamente que esta es parte de tu vida?
          3:08. Juegan. Sus rostros sonrientes denotan cierto grado de alegría, y eso es lo que más le motiva para seguir adelante, para intentarlo aunque sea sólo una vez más. Disfrutan, se divierten… se siente viva. De repente, el estridente crujir de la castigada puerta le devuelve a la realidad. Se irgue y descubre con un gesto de preocupación y esperanza la bata blanca. Comprendiendo lo que esto significa, se levanta y acompaña al doctor. Si agudizas el oído, podrás oír como el hombre le susurra algo; posiblemente palabras de ánimo que le aporten la confianza que necesita, porque si con confianza ya es complicado, sin ella la impotencia y la frustración harían aún más daño a un alma bondadosa y arruinada. Y la luz de sus ojos desaparecería; porque a pesar de ser consciente de lo terrible de la situación, su rostro seguía desprendiendo la tenue luz de una triste mañana de otoño.
          3:17. Las correas alrededor de sus brazos y de sus piernas, la fortísima luz que ciega sus ojos llorosos, la enorme máscara colocada con suma precisión sobre su cara… que familiar le resulta todo. Comienza a oír voces, pero no sabes de dónde vienen. Tampoco entiende lo que dicen; parece que discuten. Está confusa, pues las cosas no se suceden como las últimas veces. Confusa, pero sin miedo. Decide cerrar los ojos en busca de una evasión difícilmente alcanzable, y sonríe. Siente cómo el dulce olor comienza a penetrar por sus fosas nasales e inunda sus pulmones, y va cayendo poco a poco en un largo sueño del que jamás podrá despertar.
          3:33.