miércoles, 23 de febrero de 2011

3:33

          2:47. La mente en blanco. Ya no sabe qué hacer, qué pensar, qué decir. Enfrentarse a esta situación no es nada común, y por supuesto tampoco es nada fácil. Su mirada perdida no es más que el fiel reflejo de su alma desvariada, de su espíritu cansado, de su vida atormentada; de los años que han pasado y que sin más, se acaban, se desvanecen, se pierden en el infinito laberinto que es su memoria. Una memoria castigada por el paso de los años. Unos años en el que el amargo sabor de ese anís putrefacto se había apoderado de todo cuanto le rodeaba. Todo le sabía a anís. No olía otra cosa que anís. Incluso cuando le preguntaban cuál era su canción preferida, respondía desganada y con los ojos entornados: “Caballitos de anís”. Sí, así había sido su vida durante los últimos cinco años, bebiendo un vaso de aquel líquido asqueroso todas las mañanas antes de desayunar; aunque lo cierto es que sería más correcto dejarlo en “todas las mañanas”. De habitación en habitación, de quirófano en quirófano, de corazón en corazón. Deseando que aquella horrible experiencia terminase ya; que todo volviese a ser como antes. Por desgracia, esa batalla estaba perdida desde hacía tiempo. Ella lo sabía, pero se negaba a creerlo. No podía soportar la triste idea de dejar a sus pequeños solos, huérfanos, abandonados en un mundo en plena decadencia basado en la simple idea de la hipocresía. Quería protegerlos, guiarlos por una senda recta de la que nunca se desviasen; cuidarlos, mimarlos, verlos crecer, aguantarlos, castigarlos… qué sé yo, todo aquello que una madre vive y por lo que se desvive.
          3:02. Recuerda. Rememora. Evoca. Llámalo como quieras, pero lo cierto es que las imágenes se suceden en su mente como si fueran simples fotografías. Fotos en blanco y negro. La imagen está ahí, pero… ¿y el color? ¿Qué es de una vida sin color? ¿Qué es de un mundo concebido únicamente en una serie de grises sin fin? ¿Qué es ella? ¿Quién es? Preguntas simples con respuestas imposibles. O al menos para ella.  Al menos por ahora. Y es que… ¿de qué sirve pensar en un futuro cuando el presente es lo único que conoces? ¿De qué sirve castigarse recordando para arañar unos pocos recuerdos pertenecientes a una realidad de la que parece que no procedes, aunque sabes perfectamente que esta es parte de tu vida?
          3:08. Juegan. Sus rostros sonrientes denotan cierto grado de alegría, y eso es lo que más le motiva para seguir adelante, para intentarlo aunque sea sólo una vez más. Disfrutan, se divierten… se siente viva. De repente, el estridente crujir de la castigada puerta le devuelve a la realidad. Se irgue y descubre con un gesto de preocupación y esperanza la bata blanca. Comprendiendo lo que esto significa, se levanta y acompaña al doctor. Si agudizas el oído, podrás oír como el hombre le susurra algo; posiblemente palabras de ánimo que le aporten la confianza que necesita, porque si con confianza ya es complicado, sin ella la impotencia y la frustración harían aún más daño a un alma bondadosa y arruinada. Y la luz de sus ojos desaparecería; porque a pesar de ser consciente de lo terrible de la situación, su rostro seguía desprendiendo la tenue luz de una triste mañana de otoño.
          3:17. Las correas alrededor de sus brazos y de sus piernas, la fortísima luz que ciega sus ojos llorosos, la enorme máscara colocada con suma precisión sobre su cara… que familiar le resulta todo. Comienza a oír voces, pero no sabes de dónde vienen. Tampoco entiende lo que dicen; parece que discuten. Está confusa, pues las cosas no se suceden como las últimas veces. Confusa, pero sin miedo. Decide cerrar los ojos en busca de una evasión difícilmente alcanzable, y sonríe. Siente cómo el dulce olor comienza a penetrar por sus fosas nasales e inunda sus pulmones, y va cayendo poco a poco en un largo sueño del que jamás podrá despertar.
          3:33.

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